La muerte es un hecho biológico universal y, sin embargo, radicalmente atravesado por la cultura ya que las creencias en torno a ella hacen que la vivamos de formas tan diversas que no es lo mismo morir en Asia que en Europa o en África ó hacerlo en un entorno urbano o en uno rural. Los seres humanos somos el único animal que entierra a sus muertos y podemos considerar que los rituales que hemos creado para el enterramiento marcan el paso de la naturaleza a la cultura.
La ritualización de la muerte tiene una función específica: gestionar el enorme dolor que causa la pérdida. Por eso los rituales sirven para equilibrar, armonizar, cohesionar al grupo que permanece en vida y para marcar el tránsito de quien muere. Mientras que en nuestras sociedades europeas estos rituales se centran en los aspectos más tristes de este acontecimiento –luto, silencio…- en otros realzan lo contrario, la alegría de los momentos felices vividos y convierten la celebración de la muerte en una fiesta.
Es el caso bien conocido de la celebración del Día de los Muertos en México, una festividad declarada Patrimonio Cultural Inmaterial por la UNESCO. Llena de color y sabor, el pueblo mexicano celebra la muerte por todo lo alto con arte y festividad. Existen variaciones según el estado, pero es común que gentes de todas las edades y condiciones se disfracen, se organicen majestuosos pasacalles, se acuda al cementerio con comida, bebida y música para pasar el día -y la noche-, cantando y recordando al ser difunto. Se suelen llevar tagetes, flores de color anaranjado que representan el color del sol que guían a los muertos en su camino. Para ese día se hornea el Pan de Muerto -panes con forma de cráneo y huesos- ó se hacen Calaveras de dulce. En otro estilo artístico, se elaboran Calaveritas literarias, versos en torno a la muerte para recitar.
Otro caso donde la celebración pone el acento en la alegría, y especialmente con sentido del humor, es el de Ghana. Como el antropólogo Juan Ignacio Cayola explica para El País, los funerales son anunciados en vallas publicitarias ya que se valora que a la celebración, donde principalmente se come, se bebe y se baila, acuda cuanta más gente, pues se percibe como señal de aprecio por la persona difunta. Además tienen costumbre de personalizar los ataúdes, dándoles forma de algún objeto que represente al muerto. Así podemos encontrar ataúdes con forma de bota de fútbol, de coche o hasta de móvil.
Y una de las celebraciones más particulares en momentos de duelo donde se invita a la alegría son los funerales con música, más conocidos como funerales de jazz, de Nueva Orleans. Se trata de un pasacalles con banda de música en el que transportan a la persona fallecida desde su casa hasta el cementerio. Al comienzo la música suele ser más sombría y triste, para volverse progresivamente más optimista y alegre dando paso al baile a los que es invitada a unirse cualquier persona. Esto permite transitar de forma colectiva desde las emociones más asociadas a la tristeza y al dolor por la pérdida, a otras de agradecimiento y alegría por lo vivido y compartido. En esta celebración cristalizan influencias culturales muy diversas: estilo de marcha militar europea heredada de la colonización, prácticas espirituales africanas, sobre todo de Nigeria, cosmovisiones de las iglesias afroamericanas católicas y protestantes, melodías mortuorias tradicionales y la idea de celebrar para contentar a los espíritus que protegen al muerto. Aunque durante algunos periodos de la historia parte de la población blanca americana los encontró irrespetuosos, es una práctica extendida en todos los grupos étnicos y religiosos de la región. La mayoría se hacen para despedir a músicos afroamericanos, aunque recientemente son elegidas para celebrar la muerte de personas jóvenes.
En cuanto al cadáver, tras embalsamarlo, en nuestras sociedades tendemos a deshacernos del él en un periodo relativamente corto y para siempre. Sin embargo, existen tradiciones en que conviven con el cadáver durante un tiempo e incluso lo recuperan pasado un tiempo para pasearlo. Uno de estos casos se da entre los Toraya de Indonesia que momifican a los muertos y conviven con ellos en el hogar durante meses hasta que la familia ahorra lo necesario para el funeral. Durante este tiempo el cuerpo sin vida recibe una atención espléndida, ofreciéndosele los mejores manjares como cigarrillos o whiskey. Para el funeral, se lleva el cadáver a hombros hacia el cementerio y se celebra por todo lo alto con comida, bebida y música.
Como vemos los elementos tradicionales que no faltan en una buena celebración de duelo son la comida, la bebida, y el arte, sobre todo la música, como elemento catalizador de emociones y de transición.
Mariola Bernal
Antropóloga Médica
Consultora y Docente en Estudios de Salud
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