Continuamos con el repaso de los relatos destacados de nuestro I Concurso de Microrrelatos. Estos microrrelatos contribuyen a sensibilizar a la población sobre la labor que se realiza en cuidados paliativos, así como dar visibilidad al desarrollo de los cuidados paliativos en Andalucía, y promover en todos los sectores de la sociedad una reflexión sobre las necesidades de las y los pacientes con cualquier enfermedad susceptible de recibir Cuidados Paliativos.
Los dos relatos que os presentamos hoy son «Con equipaje» de Margarita del Brezo Gomez Cubillo de Ceuta y «Un beso y un adiós» de Eva Braojos Moya de Sevilla. Ambos comparten la emotividad de las despedidas. En el caso de «Con equipaje» está inspirado en hechos reales, en concreto en el padre de la autora, aunque no se ciñe exactamente a la realidad.
CON EQUIPAJE
Hoy hace diez días que volví a casa. En el hospital no podían hacer más para frenar esta enfermedad que me devora las entrañas. Qué bien me trataron, incluso salieron a despedirme con sus batas blancas, pero prefiero morir aquí, con mi familia. Están todos, excepto María. Julio ya es un experto cambiando vías, apósitos y sábanas conmigo dentro; quién lo hubiera dicho, si se mareaba cada vez que veía una aguja cuando era un niño. Son las cosas de la vida, y de la muerte, que nos hacen más fuertes. A veces alguno empieza a llorar, así, de repente, y acabamos llorando todos. Un rato. Dos. Los que hagan falta. Porque acostumbrarse lleva su tiempo. Aunque precisamente tiempo yo ya no tengo: acaba de llegar María, mi pequeña, ¡qué guapa está!
—«Vamos, mamá, he venido a buscarte».
Perdonad, debo dejaros, tengo que meter todo este cariño en la maleta.
UN BESO Y UN ADIÓS
«Niña, coge la libreta de la mesa chica», me señaló diligente. Anita, su prima de Ceuta, fue la primera en contestar y así se sucedieron las llamadas, siguiendo el orden del listín telefónico. Conversaciones llenas de cariño, reconciliación y agradecimiento por todo lo que les unió en la vida. Después de colgar necesitaba reponerse con oxígeno, pero le merecía la pena. La enfermedad dejaba a menudo relegado su propósito, pero, en cuanto sacaba fuerzas, lo retomaba. «A ver si me da tiempo», la escuché una vez musitar. Cuando llegamos a la letra R y a la máxima dosis de morfina, delegó en mí su despedida. Da las gracias, me susurró entrecortada. Sus ojos ya no se abrían, pero yo continuaba acercándole el teléfono e intuía una leve sonrisa cuando se escuchaban las cariñosas palabras de los que contactaba. El padre Zoilo, el último al que llamé, ofició un cariñoso funeral.