Estamos viviendo unos días de debate social sobre algunos de los conflictos éticos del final de la vida más complejos. Sin embargo, vivimos en una sociedad donde mediáticamente se presentan las situaciones más banales y más transcendentes de manera polarizada entre dos bandos perfectamente diferenciados donde a favor o en contra, parecen ser siempre las dos únicas posiciones posibles. El bien y el mal, el blanco y el negro… Y eso no se corresponde con la realidad de miles de matices de la gran paleta de colores que constituyen las personas humanas.
Potter, el precursor de la bioética, afirmo que ésta era la “ciencia de la incertidumbre”. Creo que esta magnífica aseveración nos debe situar a todos, ante la magnitud de los conflictos éticos en el final de la vida, con una actitud prudente y humilde. De la prudencia podemos hablar otro día, pero hoy me gustaría hablar de la humildad.
Justo el pasado mes de abril, se ha publicado el artículo “Addressing Biases in Patient Care with The 5Rs of Cultural Humility, a Clinician Coaching Tool” en la revista “Journal of General Internal Medicine”. En él se muestra una herramienta para cultivar la humildad entre profesionales. Su propuesta parte de la necesidad de crear conciencia de que todos tenemos prejuicios implícitos y proporciona una plataforma para abordar estos sesgos mediante el cultivo de la humildad y la compasión.
La herramienta alienta a estar más consciente de la toma de decisiones y a favorecer interacciones con pacientes y usuarios con una mayor presencia y atención. Se basa en la construcción del concepto de la virtud de la humildad sobre cinco aspectos: reflexión, respeto, consideración, relevancia y resiliencia.
El trabajo del cultivar la humildad se propone a través de la realización de un espacio reflexivo sobre estos cinco aspectos. Cada elemento debe examinarse en cada encuentro, teniéndolo en consideración en el inicio de la interacción como telón de fondo actitudinal y a la luz de una pregunta realizada al final de este que se exponen a continuación:
- Reflexión: ¿Qué he aprendido de cada persona en ese encuentro?
- Respeto: ¿Traté a todas las personas involucradas en ese encuentro con respeto?
- Consideración: ¿Qué prejuicios inconscientes estuvieron en esta interacción?
- Relevancia: ¿Cómo de clave ha sido la actitud de la “humildad” en este encuentro?
- Resiliencia: ¿Cómo fue mi capacidad de recuperación personal tras la afectación por este encuentro?
Esta capacidad de situarse en el encuentro con el mundo personal de paciente y familia nos permite evaluar la expertía de cada profesional en el proceso clínico y, por otro lado, nos hace apreciar y reconocer la verdadera expertícia de la persona protagonista del proceso en la vivencia de la propia vida. De esta manera, entramos al encuentro con su intimidad, como “si pisásemos un lugar sagrado”, con el respeto y la consideración que ello se merece.
Quizás esta propuesta de cultivar la humildad, no de respuestas inmediatas a situaciones complejas, pero nos situará, como profesionales y como personas en un espacio menos juicioso y simple. Nos dará una mirada más amplia sobre las situaciones, las respuestas humanas, las dificultades de pacientes y familias y nuestras propias limitaciones. Nos llenará el corazón de los colores suficientes como para dejar de mirar el mundo en blanco y negro.
Así, creo yo, podremos entender mejor y acompañar con mayor profundidad y liviandad procesos complejos. Podremos aproximarnos mejor al sufrimiento y a la muerte como esta experiencia humana se merece. Con prudencia y humildad.
Ángela Ortega Galán
Enfermera
Profesora del Departamento de Enfermería. Universidad de Huelva
Integrante del Comité de Bioética de Andalucía
Integrante del Grupo Motor RedPAL