El mayor reto que la humanidad ha tenido a lo largo de los siglos ha sido la supervivencia, desde el mismo nacimiento cada persona ha luchado por evitar el sufrimiento a sus hijos, a sus personas queridas y seres más cercanos y a ellos mismos, y el método más utilizado, el que nunca falla, especialmente cuando el final se acerca, ha sido la palabra. Desde el gañán más inculto hasta el erudito más leído, todos nos hemos esforzado por dar esa palabra, por hilar una frase que lleve el consuelo al que lo necesita, y todos, cuando nos hemos sentido en circunstancia difíciles, la hemos recibido con agradecimiento y emoción.
Sería inabarcable recopilar frases, relatos, historias que la literatura nos ha regalado a lo largo de los siglos y en las que nos hemos podido ver reflejados, pero a modo de homenaje a los maestros que dedicaron su saber a tan alta empresa, destacaré algunos que, por su calidad o su visión aguda de la realidad me han llamado la atención.
Peter Noll (1926-1982) nos muestra desesperanza, con aire claramente constructivo en sus textos (entresaco algunas frases de su libro «Palabras sobre el morir»):
«La comunicación que se establece entre la persona que sabe que le queda poco tiempo de vida y otra con plazo indefinido ante sí es sumamente difícil. La conversación no se interrumpe con la muerte, sino antes. Carece de un elemento común a las dos personas, un elemento básico que a veces se sobreentiende». Y posteriormente incide en la desesperanza: «Ante la pregunta ¿Qué tal?…Sólo puedo decir que estoy bien o que tengo cáncer. Lo primero es una mentira y lo segundo una verdad innecesaria, probablemente sea mejor decir la mentira».
La palabra en momentos difíciles, para Noll es un reto, y un reto difícil de asumir que, probablemente lo llevara a la desesperanza.
Michael de Montaigne (1533-1592), en sus «Ensayos sobre la muerte» expone claramente la necesidad de que, ante la muerte, tengamos alguien con quien hablar, al que le contemos nuestras necesidades y nos consuele:
«En semejante estado, uno necesita una mano dulce y adecuada a su sentimiento para que le rasque justamente donde le escuece, o que no le toque para nada».
Montaigne, a lo largo de su obra habla casi de forma obsesiva de la muerte y deja clara en esta frase la necesidad de compañía, de esa palabra que él define como una mano dulce y compasiva.
León Tolstói (1828-1910), en su libro «La muerte de Ivan Illich» llega a ridiculizar (con razón en ciertos casos,) a los profesionales que presumen como pavos reales de habilidades y menosprecian la comunicación:
«Iván Ilich sabe plena y firmemente que todo eso es tontería y pura falsedad, pero cuando el médico, arrodillándose, se inclina sobre él, aplicando el oído primero más arriba, luego más abajo, y con gesto significativo hace por encima de él varios movimientos gimnásticos, el enfermo se somete a ello como antes solía someterse a los discursos de los abogados, aun sabiendo perfectamente que todos ellos mentían y por qué mentían».
Con su agudeza, Tolstói nos hace enrojecer adelantándose a la medicina deshumanizada que se ampara en conocimientos técnicos y científicos y olvida la lección que don Gregorio Marañón (1914-1960) nos regaló cuando le preguntaron cuál era la innovación más importante en medicina y respondió:
«La silla, la silla que nos permite sentarnos junto al paciente, escucharlo y explorarlo».
Por último, no quiero olvidarme de los familiares, de los que pierden a su ser querido. Recordemos que, cuando alguien fallece, queda aún un trabajo que hacer con los dolientes. Imagino el dolor de Miguel Hernández (1910-1942) ante la pérdida de su amigo y, probablemente, el alivio que sintió expresándolo con esas palabras que definen todo lo que una persona es capaz de sentir en ese momento. Pero antes de sumergirnos en sus versos propongo repasar las etapas que habitualmente se dan en el duelo (negación, ira, negociación, depresión y aceptación) y las manifestaciones más habituales en esa situación (sentimientos, sensaciones físicas, patrones de pensamiento y conductas específicas) y que, con los el corazón abierto, las utilicemos para asumir, para entender y para recordar.
Miguel Hernández (1910-1942) le ofrece a su amigo todo lo que se puede expresar ante una pérdida en su hermoso poema «Elegía a Ramón Sijé». Propongo leerlo en fuerte y lo analicemos punto por punto hasta interiorizar la palabra como mecanismo para crecer y entender, para recordar y superar y para compartir a ayudar. analizarlo punto por punto hasta interiorizar la palabra como mecanismo para crecer y entender (dejo alguna pista).
ELEGIA A RAMÓN SIJÉ (MIGUEL HERNÁNDEZ)
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracoles
Y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofe y hambrienta
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte
a parte a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de mis flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas…
de almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
No quiero insistir más en el tema, los ejemplos serían innumerables, y muchos de ellos los tenemos en las dos convocatorias del concurso de microrrelatos organizado por la REDPAL. Los sentimientos han aflorado en cada uno de los participantes y, sin duda, independientemente de su mayor o menor calidad literaria, han servido de consuelo a cada uno de ellos y a los lectores que, en muchas ocasiones, nos hemos visto allí reflejados.
Quizá, en nuestra formación, en las facultades, tendría que abrirse un hueco la palabra, el consuelo y así apartar en un triste recuerdo la sentencia que Daniel Callaham (1930-2019) nos dejó:
«A la medicina científica nunca le ha interesado comprender la muerte, sino librarse de ella».
Ezequiel Barranco Moreno
Médico. Unidad de H. Domiciliaria y Cuidados Paliativos. Hospital de San Lázaro (HUVM). Sevilla.