Ahora que comenzamos este verano inédito y viral es preciso buscar buenos libros para las largas tardes. Uno de los que podría entretenernos y muchas más cosas es: Cuántos de los tuyos han muerto, escrito por Eduardo Ruiz Sosa y editado por la editorial Cantaya. Se trata de un conjunto de relatos en los que, siguiendo el rumbo de los destinos cerrados de muchos de sus personajes, el escritor mexicano se enfrenta a la experiencia de la enfermedad y al fenómeno de la muerte en una poética aproximación narrativa. Historia tras historia, nos asoma al empequeñecimiento de la persona con cada merma física o intelectual y a los derrumbes sucesivos del cuerpo enfermo y nos acerca, además, a la imperfección de la vida, a la finitud ineludible, y a la reivindicación de la narración como garante del recuerdo de los que fueron.
De entre todos los cuentos, a mí me gustaría recomendar especialmente el quinto, el titulado: El sanatorio de la intemperie. Es esta una historia que narra la última etapa de la vida del Indio, la que acontece tras el inesperado y cruel zarpazo de un ictus que viene a desarmarlo y deja apagada la mitad de su cuerpo sometiéndolo a la lentitud de los ríos muertos. En el relato, los lectores transitan por el emotivo suelo de palabras que el autor construye en torno dos ejes: la transición del personaje principal hacia el lado nocturno de la existencia y la vivencia que de esa enfermedad tienen los amigos del enfermo.
Así, a través de una prosa envolvente y conmovedora, presenciamos el inventario de las pérdidas que han llegado para quedarse, instalándose demoledoras e insolentes en el cuerpo del protagonista hasta desahuciar al vigor, a la independencia, a la capacidad de caminar, de hablar o de vestirse. Junto a esa escalera descendente de percances y deterioros que vertebran la decrepitud del Indio y su declive de casa abandonada, participamos también del afrontamiento que de la trágica ruptura vital hacen sus amigos, reconvertidos en comunidad de resistencia por imperativo vascular. Desde los recuerdos de uno de ellos erigido en narrador, se hacen visibles algunos de los valores del cuidado que se muestran como fundamentales en la desdicha de la enfermedad. Es el caso de la fraternidad o la solidaridad en las que se ejercitan algunos de los compañeros en ese fatal viaje. O de la empatía, a la que apreciamos con un afectuoso asombro cuando quienes lo visitan a diario cierran uno de sus ojos en el intento de ver solo la mitad del mundo, igual que el amigo, y se entrenan así en la posibilidad de entender mejor su padecimiento. Asimismo, nos topamos con la compasión derivada de la preocupación de los camaradas por la desalentadora minusvalía física y del reconocimiento de otro tormento más profundo, el de la tristeza del Indio, impedido en el aburrimiento y dentro del encierro corpóreo.
Tenemos por delante una valiosa historia que escudriña en el vivir y sus alrededores, al tiempo que comprueba el peso de las relaciones personales en épocas de infortunio y acompaña en el aprendizaje de los afectos. Una historia oportuna que ayuda a entender las emociones emergentes ante el sufrimiento de los seres queridos; útil para reflexionar sobre las malhadadas trayectorias de enfermedad, para hacer recapacitar acerca del coste de las engañosas victorias de la Medicina sobre la muerte y para considerar el sufrimiento y el hartazgo de algunas vidas cautivas. Una historia que, en definitiva, dispone un lugar en sus páginas desde donde comprender mejor esa orilla feroz que recorren las personas en su enfermedad y abre un espacio para poder ayudar a salvarlas, aunque sea un poco, de su intemperie.
Nani Granero Moya
Enfermera
AGS Jaén Nordeste