Amparo, 59 años
A los cuatro meses de despedir a mi marido, mi madre tuvo un grave accidente cerebro-vascular. De nuevo en el hospital y volver a oír la palabra “Irreversible” me resulto muy impactante.
En esta ocasión no era la principal cuidadora, junto con mis hermanos y mi padre establecimos la manera de acompañarla en este difícil proceso. Afrontar esta etapa entre todos era un bálsamo para el dolor que llega con las despedidas.
MI madre pasó por diferentes episodios, de no poder hablar, a hablar con palabras equivocadas, de estar tranquila y casi inexpresiva a tener ataques epilépticos, de no dormir a dormir durante semanas y meses.
Para estar cerca de ella establecimos turnos entre todos, su situación clínica era cada vez más complicada, solo podíamos ofrecer el mayor confort para su cuerpo desvencijado por ese sueño fatal, masajes con crema en las manos, un cojín entre sus rodillas para evitar roces, le hablábamos para que no se olvidara de nuestra voz y le ayudábamos a tragar algo de comida. Se trasladó a un hospital especializado en Cuidados Paliativos y allí seguíamos con nuestros turnos y nuestros diálogos susurrados al oído para que en alguna parte de su letargo supiera que estábamos con ella.
Llegó ese día que se queda atrapado en el calendario, 23 de diciembre, mientras el tiempo se transformaba en Navidad y una larga cola de niños y mayores esperaban para visitar el Belén del hospital.
Mientras que los síntomas se agravaban pudimos reunirnos con ella todos, los hijos, mi padre y los nietos. Todos estábamos cerca, como ella siempre quiso, su gran familia reunida para los grandes eventos. Esta vez era el adiós a su ciclo vital, se marchaba de este mundo habiendo hecho realidad su sueño de formar una familia, nos había dado lo mejor de ella, sus cuidados y su amor de madre, nos educó y nos enseñó con su ejemplo como ser feliz con poco aparentemente, porque era mucho lo que nos inculcó durante su vida, a dar, a estar, a disfrutar y sobre todo esa unión fuerte de familia que permanece junta para lo bueno y para lo difícil.
Decir adiós a las personas que han sumado tanto en la vida es una gran experiencia, que me ha permitido sacar la mejor versión de mi misma, a pesar de la despedida, apreciar todo el tiempo que han estado cerca, el compartir su vida con nosotros, es lo que debemos valorar, no el vacío que nos dejan. Estar en el final de quien amas es un privilegio, triste, duro, difícil, pero siempre un privilegio que no se olvida jamás y que facilita el camino del duelo.