Esta carta es un agradecimiento a todas las personas que conforman el Área de Paliativos del Hospital Vázquez Díaz de Huelva, un área que es como un trozo de camino intermedio entre la vida y la muerte. En las cuatro paredes de una de las habitaciones, se aleja el mundo de las prisas, del trabajo, de los coches, de la actividad permanente y rápida de los días… allí cobra vida lo verdaderamente importante, y que es la razón de ser de las personas y que nos pone los vellos de punta y saca a flor de piel, el amor, la humanidad, la delicadeza, dulzura, la entrega, el mimo, la sonrisa…
Mi madre fue una de las innumerables personas que pasaron por allí, se llamaba Carmen Márquez Gómez, su hogar fue durante muchos días la habitación 202. Ella fue una persona grande y única en sentimientos, amor y generosidad. Allí se bebió para sí, sus miedos y sacó siempre la esperanza, haciendo de lo negativo, el lado positivo de las cosas y vivencias. Fue capaz de ser feliz con las pequeñas cosas que le brindaba el día a día: “una puesta de sol desde su ventanal, un caldito, un espray con agua y unas gotitas de limón, que le ayudaba a saborear el agua como si fuese el manjar más rico de la tierra…” y para todos los que entraban en su habitación había una sonrisa y un “gracias”.
De mi madre parte esta carta, puesto que quería agradecer a todos, la paz y el sosiego para andar ese camino que, en el fondo de su ser, tanto miedo le produciría y que nunca expresó, por no disgustar ni preocupar a los que tanto la queríamos. Ese camino lo llevó como era su deseo, y tantas veces lo manifestó: “De la mejor manera posible, procurando que no tuviese dolor, y con la mejor calidad de sus días”.
Agradecer a la Dra. Joaquina, por su experiencia, ya que cuando llegaba el final, nos autorizó a sus hijos a estar allí, para vivir con ella, momentos mágicos, como la despedida de nosotros, sus hijos, cogidos de la mano y llenándola de muchos “te quieros” y palabras bonitas, y ella agradeciendo a Dios, haberle dado cinco hijos, a los que quería con locura y había sido su razón de ser… generosa hasta el final.
Agradecer también a la Dra. Julia, por su dulzura en hacer menos dolorosa lo que a futuro iría llegando, siempre con su grado de esperanza…
A la enfermera Rosa, por ir abriendo camino a la realidad, saber escuchar y proporcionar su espray mágico como ella lo llamaba, el dar agua al sediento.
Agradecer también a las enfermeras Julia y Nuria, que se pusieron en nuestro lugar y nos dejó darle los últimos abrazos y besos, llenarla de todo el amor del mundo, y poderle dar paz y acompañamiento en esos últimos momentos. Así como también a Inés y ana, que nos brindaron también en esos momentos lo que necesitábamos.
A Juanma, el capellán, que tuvo aquellas palabras misericordiosas, llenas de dulzura y amor para su partida, llena de Fe. A Ana, por sus amables visitas, siempre con Dios presente.
A Janette, la psico oncóloga, que con su profesionalidad intentó buscar ayuda para resolver sus miedos y hacerle más fácil el camino.
A Rocío y a Tomás, tan cercanos y llenos de humanidad, con sus visitas atentas, sus escuchas empáticas y con tanto cariño… les encantaba escuchar con la sensatez que hablaba mamá.
Al enfermero Amador, que siempre venía feliz y era capaz de pintar una sonrisa en sus labios. A todas las auxiliares y celadores, que con tanta delicadeza hacían el trabajo más íntimo de cambiarla… y tantas cosas más.
A los guardas jurados, que hicieron capaces de que sus nietos, venidos de muy lejos, pudieran despedirse de su abuela.
A las enfermeras de prácticas que allí estaban, con su corazón, visitándola a ver cómo se había dado el día, y despidiéndose de ella, después de su finalización de las prácticas.
Dar las gracias a todos los miembros que componen el área de Paliativos, que son muchos, porque todos han hecho posible el deseo de mi madre de no querer padecer dolores, porque esto no se consigue únicamente porque haya una buena plantilla de buenos profesionales que lleven a cabo las tareas de su profesión, sino lo más importante, porque detrás de ellos están personas con una gran humanidad, que también alimentan y dan vida a las personas que pasan por sus habitaciones y hacen que éstas se vayan no envueltas de intranquilidad y tragedia y en un sinvivir, sino como decía nuestra madre: “Las cosas… a como vayan viniendo, con la dignidad y la paciencia suficiente, para poder ir llevándola… “ (sin resignación).
Con esta carta cumplo el deseo que me dejó mi madre encomendado, y lo hago extensivo de… TODA LA FAMILIA ALFARO MÁRQUEZ.