Decía Foucault en Las palabras y las cosas que por un lado están las cosas y por otro lo que decimos de ellas. La palabra no nombra la cosa, la construye, y el significado nunca es inocente. Podemos pensar lo que podemos nombrar y el discurso delimita lo pensable. En definitiva, hacemos cosas con las palabras.
Por ello, las narraciones amplían la visión de los asuntos y nos informan de modo privilegiado de las vivencias recurrentes y compartidas por los seres humanos, esos seres intrínsecamente vulnerables, preciosos y patéticos, a los que se refiere Jorge Luis Borges en El inmortal:
“La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Estos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo entre los mortales tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso.”
Nos contamos nuestra historia en relatos autobiográficos, la contamos a otras personas, otras nos cuentan a nosotros y también hay historias de ficción que representan casos o arquetipos. Los relatos son una forma de conocimiento indirecto, complementario de los datos y las evidencias, que ofrecen otra perspectiva de la experiencia humana:
“(…) el velo de la escritura introduce cierta distancia para la reflexión y, a la vez, crea un marco que estructura y presta algún sentido a lo que se cuenta.” (Teresa López de la Vieja, Bioética y literatura).
Y es que los encuadres, los marcos (frames) configuran la interpretación de la realidad. Lakoff y Johnson lo analizaron brillantemente en su obra sobre las metáforas en las que vivimos (Metáforas de la vida cotidiana). Así, hay pocas experiencias más perturbadoras y, a la vez, más comunes que la enfermedad y el dolor y, en tanto en cuanto es difícil expresarlas, contarlas y explicarlas, hay que escuchar y leer las historias (reales o de ficción) sobre estas experiencias singulares.
Las ficciones, los relatos hipotéticos, el arte, nos ofrecen una aproximación a la verdad que preserva el carácter privado de algunas experiencias que no están ni deben estar expuestas a todos. Historias que son una invitación para reflexionar de otra manera sobre lo real. La verdad de las mentiras de las que habla Mario Vargas Llosa, una forma humana y fundamental de pensar. En palabras, bellas, de Iris Murdoch en La soberanía del bien:
“El arte no es entonces una diversión o una cuestión secundaria, es la más educativa de todas las actividades humanas y un lugar en el que se puede ver la naturaleza de la moralidad. El arte da un sentido claro a muchas ideas que parecen más desconcertantes cuando nos las encontramos en otros lugares, y es una indicación sobre lo que ocurre en otros lugares. (…) El arte perfora el velo y da sentido a la noción de una realidad que se encuentra más allá de la apariencia; exhibe la virtud en su forma verdadera en el contexto de la muerte y el azar”.
Las historias, especialmente las contadas a través de la literatura pero también las que se narran en el cine y a través de otras formas artísticas, nos sitúan en el lugar del otro, una operación harto compleja, con dimensiones cognitiva, imaginativa, emocional, social, moral y hasta política.
Reconocer la voz del otro concreto conlleva, sin duda, poner en lugar central de la reflexión ética las relaciones de cuidado, las necesidades y apoyos fruto de nuestra intrínseca vulnerabilidad e interdependencia. En este sentido, decía José Saramago en Las pequeñas memorias:
“Yo escribo, Pilar escribe, traduce, habla en la radio, cuida del marido, cuida la casa, cuida los perros, hace las compras, prepara la comida, se encarga de la ropa, envía la correspondencia, dialoga con el mundo, organiza el empleo del tiempo, recibe a los amigos que vienen a vernos y escribe, y traduce, y habla en la radio, y cuida del marido, y de la casa y de los perros, y sale a hacer las compras, y vuelve para hacer la comida, y escribe, y traduce, y habla en la radio, se encarga de la ropa y recibe a los amigos, y sigue, incansable dialogando con el mundo, y dice: «estoy cansada», y luego dice: «pero no importa». Yo mientras escribo”.
En la medida en que hacemos cosas con las palabras, mimando las palabras, los relatos, las historias, las narraciones, haremos mejor pensamiento y mejor cuidado, embelleciendo la vida propia y la de los demás.
Txetxu Ausín
Grupo de Ética Aplicada GEA – Instituto de Filosofía, CSIC