“Si queremos quitarle a la muerte la última palabra y vencerla con la vida, tenemos que mirarla a la cara y hablar de ella. Porque muerte y vida van, en realidad, unidas como el agua de un río con la del mar”
Así lo relata el escritor andaluz Juan Félix Bellido y es cierto que la vida va acumulando un caudal de experiencias, encontrando afluentes amigos y descendiendo, a veces en forma de cascadas bravas, y otras de aguas mansas. El agua del río culmina en el mar y es allí, en medio de la profundidad cambiante y abrumadora, cuando se necesita un timón que guíe en la navegación.
Los psicólogos, médicos, enfermeras, trabajadores sociales y auxiliares que componen el equipo de atención integral, tenemos el privilegio de ser testigos de esa llegada al mar, compartiendo hechos extraordinarios en medio de sucesos ordinarios. Cuando nos sumergimos, aprendemos a no volver la cara al sufrimiento, a no juzgar y a sostener con serenidad y presencia a las personas a las que acompañamos. Los profesionales debemos adaptarnos a nuestros pacientes, entender sus silencios, sus momentos, sus miedos y sus preocupaciones, sin prejuicios, con orden y sosiego, sabiendo transmitir serenidad y optimismo.
En el océano, es fácil no encontrar el rumbo y sentir miedo e incertidumbre ante la inmensidad. Los profesionales del equipo de atención psicosocial ayudamos con nuestras brújulas y cartas de navegación a no ir a la deriva y a seguir el itinerario según nos van marcando las personas que acompañamos, a su ritmo. Cuando uno siente que se pierde, tener unos valores y unas directrices, nos ayudan a que el barco no se hunda.
Con nuestra presencia, hospitalidad y afecto, derramamos agua dulce cuando el salitre parece querer entrar en el alma de los pacientes. Nos remangamos para sostener su paz y les ayudamos a expresar sus sentimientos: a que se reconozcan únicos por su historia, la que ha dado y da sentido a su vida y a la de sus seres queridos.
Para iluminar ese trayecto todos los profesionales hemos aprendido a graduar nuestros catalejos y a afinar nuestra intuición. Nuestras coordenadas son las sonrisas que dibujan los rostros de las personas, y mantienen el destello de la ilusión; o los abrazos frágiles que se dan más con el corazón que con el cuerpo. Los familiares, con su generosidad y hospitalidad, también nos ayudan a encontrar la dirección; sabemos que juntos y de la mano es más fácil sortear las olas.
Cuando el agua llega a la orilla, su ritmo parece calmarse. Con su leve movimiento empapa la arena y en ella deja la huella de una vida que ha sido generosa en años o en intensidad. Que ha mantenido el timón o se ha dejado llevar por la inercia y que puede haber vivido en lugares cálidos o bien fríos.
Las vidas, como el agua, fluyen por un recorrido que pasa por diferentes fases. De la última etapa, aprendemos de pacientes y familiares a los que acompañamos valiosas lecciones de generosidad y de AMOR en mayúsculas.
En el mar, la vida no parece seguir las horas que marcan las agujas de un reloj, sino el ritmo pausado que marca el sol. Nosotros creemos que es importante vivir cada uno de esos momentos de luz con aprecio y dignidad, sintiendo que cada instante es único.
Pepe Martín de Rosales Martínez
Psicólogo Experto en Cuidados Paliativos.
Hospital San Rafael. HSJD ( Granada).
Hospital Universitario Virgen de las Nieves ( Granada).
Director del Equipo de Atención Psicosocial ( EAPS) de Granada.
Programa para la atención integral a personas con enfermedades avanzadas de la Fundación La Caixa.