Mi querido amigo y maestro Ramón Bayés me recordó hace unos días la importancia de algunos momentos “mágicos” en la vida, mediados por algunas palabras oportunas y por un tipo de presencia. Los llama “epifanías”, un punto de sincronía perfecta entre la persona y su comprensión del mundo (1). No menos relevante es el concepto de “método poético”, que permite entender una situación concreta en toda su complejidad, sin necesidad de análisis ni simplificaciones previos (2). Estos dos conceptos me recuerdan el consejo de la doctora Iona Heath en su imprescindible Ayudar a morir (3): “los médicos necesitan ayuda; la principal procede de los escritores en general y de los poetas en particular”, aludiendo al “don del poeta: aclarar sin simplificar”.
Quizá mi más relevante “epifanía lectora” se produjo durante la residencia, en un momento de profundas dudas, desesperanza y pérdida del sentido de mi profesión incipiente. Recuerdo con claridad estar sentada en El Parque del Buen Retiro de Madrid, leyendo El médico de Córdoba (4) que con sabia intuición me habían regalado unos días antes. Estas sencillas palabras, como un potente resorte, cambiaron mi vida en apenas unos segundos: “Quien ha adquirido algún saber y sólo hace uso de él para su satisfacción personal es, como el avaro sentado sobre el cofre donde guarda su dinero, objeto de reprobación y anatema”. El compromiso profundo con el arte de curar, que se me estaba regalando conocer, regresó a mi corazón y pude seguir adelante.
Años después he presenciado “epifanías compartidas” en encuentros sobre ética narrativa (5). En concreto recuerdo muchas lágrimas brotando de compañeras al escuchar estas palabras de la novela autobiográfica Patrimonio, de Philip Roth: “A primera hora del día de su muerte, cuando llegué a la sala de urgencias del hospital adonde lo habían llevado a toda prisa desde su dormitorio, me recibió un médico de guardia dispuesto a adoptar “medidas extraordinarias” y ponerlo en respiración asistida. Sin eso, ninguna esperanza había, aunque, no hacía falta decirlo –añadió el médico-, la máquina no iba a invertir el desarrollo del tumor que, al parecer, estaba empezando a afectar a la función respiratoria. Me dijo también el médico que, de conformidad con la ley, una vez conectado a la máquina, no podría desconectársele. Había que tomar la decisión inmediatamente, y tenía que tomarla yo. Y yo, que le había explicado a mi padre las provisiones del testamento vital, logrando que lo firmara, no sabía qué hacer. ¿Cómo iba a negarle la máquina, si con ella se ponía fin a su asombrosa batalla por respirar? ¿Cómo iba yo a tomar la decisión de que mi padre fuese apartado de la vida, esa vida que sólo una vez conocemos?. Lejos de invocar el testamento vital, estaba a punto de ignorarlo y decir: ¡Haga usted lo que sea! Le pedí al médico que me dejara solo con mi padre, o tan solos como pudiéramos quedarnos en el ajetreo de una sala de urgencias. Mientras lo miraba esforzarse en seguir viviendo, traté de concentrarme en los daños que el tumor ya le había hecho. Pensé en los padecimientos que aún le quedarían por pasar, suponiendo que la respiración asistida lograse mantenerlo vivo. Lo vi todo, todo, pero seguí ahí sentado, durante muy largo rato, hasta que me incliné para acercarme a él cuanto pude y, con los labios muy cerca de su hundido rostro en ruinas, alcancé finalmente a decirle: “Voy a tener que dejarte ir, papá”. Llevaba varias horas inconsciente y no podía oírme, pero yo, conmocionado, asombrado, llorando, estuve repitiéndole la frase una y otra vez, hasta creérmela. Tras ello lo único que me quedaba era ir en pos de su camilla, hasta la habitación donde lo pusieron, y sentarme a su lado. Morir cuesta trabajo, y él era un buen trabajador. Morir era horrible, y mi padre se estaba muriendo. Le cogí la mano, le palpé la frente, y le dije todas las cosas que ya no podía recibir. Afortunadamente, nada le dije aquella mañana que él no supiera ya de antes.”Estas son algunas de mis epifanía lectoras.
Y ahora, dime, ¿cuál es la tuya?
Beatriz Ogando
Médica de familia, cuentista y bioeticista.
Para seguir indagando:
http://guiadecuidadosnarrativos.blogspot.com/
Para acudir a esa poesía que tanto nos hace falta: Un gato en un piso vacío, de Wislawa Szymborska (rara avis: mujer, polaca, anciana, poeta y ¡premio Nobel de Literatura!) https://www.youtube.com/watch?v=lWE10svTtEg
1.- Epifanías https://www.agoradenfermeria.eu/magazine/articles/048_escrits_es.pdf
2.- Método poético https://raco.cat/index.php/PsicosomPsiquiatr/article/view/393870/487284
3.- Iona Heath, Ayudar a morir. Katz Editores 2008 http://www.katzeditores.com/fichaLibro.asp?IDL=80
4.- Herbert Le Porrier, El médico de Córdoba. Ed Grijalbo-Mondadori 1977.
5.- Ética narrativa. https://www.dropbox.com/s/2vw59wotrkhv90z/Etica%20narrativa.pdf?dl=0 .