La historia de la medicina en las últimas décadas es la historia de una paradoja: la historia de éxitos, de posibilidades de mejorar la calidad y cantidad de vida de muchísimas persones, de evitar muertes prematuras o de abordar el dolor; pero es también la historia de fracasos.
Y quizá uno de los principales fracasos es haber olvidado que somos personas cuidando personas, olvidando que los profesionales sanitarios o sociosanitarios somos personas, y que más allá de la curación, la meta es el cuidado.
En el devenir de esta historia reciente, la medicina se hizo muda (y tal vez sorda), iluminada tan solo por el foco de la evidencia, y ésta se construye con pruebas no con palabras. Lo resume Diego Gracia glosando a su maestro Lain Entralgo de forma magistral: “El positivismo ha tenido en pocos campos un éxito tan rotundo y duradero como en medicina… La clínica clásica se construye sobre síntomas y signos. El síntoma se define como sensación subjetiva y el signo como dato objetivo. El método experimental tiene claro que el diagnóstico debe realizarse a la vista de los signos objetivos y sólo de ellos. Los síntomas no son fiables porque no son objetivos. De ahí que en la medicina positivista se produjeran dos fenómenos de la máxima importancia: uno, la devaluación del síntoma. Y dos, el retroceso de la palabra. La medicina positivista se hace muda.” (Gracia D. Voluntad de comprensión. La aventura intelectual de Pedro Laín Entralgo. Madrid: Triacastela, 2010.)
Entre todas las palabras que quedaron perdidas, se quedaron las conversaciones sobre la muerte y el morir, que son de hecho conversaciones sobre la vida y el vivir. La muerte se convirtió en un problema médico a resolver, al que debía darse una respuesta técnica para poder resolverlo, y la técnica no precisa palabras.
Al volverse muda la medicina, desaparecieron las narraciones y las historias, olvidando que las personas solo podemos entender y entendernos cuando nos narramos, y que la palabra no solo nos explica, sino que también nos conforta, nos vincula, nos conecta y nos alivia.
Es imprescindible recuperar la palabra en medicina, pero, sobre todo, hablar de aquello que inexorablemente nos sucederá, de la muerte. No son conversaciones solo en medicina, sino para el domingo en la comida de sobremesa con la familia o mientras tomamos un café con los amigos. No son solo conversaciones en cuidados paliativos, son de toda la sociedad, pero alguien debe empezar estas conversaciones.
Simplemente porque hablar de la muerte nos ayudará a vivir y morir mejor.
Montse Esquerda
Montse Esquerda es licenciada en Medicina y Cirugía, especialista en Pediatría, licenciada en Psicología, doctora en Medicina y máster en Bioética y Derecho. Además de su actividad como médico pediatra en salud infantil en Sant Joan de Déu, en Lleida, es directora general del Institut Borja de Bioética de la Universitat Ramon Llull y preside la Comisión de Deontología del Consell de Col·legis de Metges de Catalunya.
Montserrat Esquerda también es profesora asociada de Bioética en la Facultad de Medicina de la Universidad de Lleida, co-fundadora y voluntaria de la Asociación Grups d’Acompanyament al dol de Lleida, y es coautora del libro El niño ante la muerte (2012).