La muerte en soledad del enfermo por Covid-19 resulta doblemente dolorosa. Dicho de otro modo: «el sufrimiento se hace especialmente lacerante cuando un paciente entra en la fase final de su vida con esa privación afectiva». Sin quitar mérito al esfuerzo de acompañamiento que están haciendo los profesionales sanitarios, «se debe permitir el acceso de, al menos, un familiar, sobre todo, en los momentos de despedida», dice el Comité de Bioética de España.
El órgano asesor del Gobierno en materia de Bioética recoge esta petición en la declaración sobre el derecho y el deber de Facilitar el acompañamiento y la asistencia espiritual a los pacientes con Covid-19 al final de sus vidas y en situaciones de especial vulnerabilidad, a la que ha tenido acceso este periódico. El texto, de apenas dos folios, responde a la inquietud que varios profesionales sanitarios han expresado a miembros del comité en relación a la dureza de estos fallecimientos, en los que se privada al enfermo de la compañía de sus seres queridos en sus últimas horas de vida.
La medida de distanciamiento en la agonía no es caprichosa, admite el propio Comité, y se justifica en «la alta contagiosidad y letalidad». Pero advierte que «debemos reflexionar sobre el modo de facilitar un entorno más compasivo en el morir de estos pacientes, lo cual forma parte de la auténtica calidad asistencial».
Calidad asistencial, humanidad y ¿derecho del paciente? Pues sí. La declaración reconoce que «tanto el acompañamiento como el apoyo espiritual o religioso constituyen igualmente derechos proclamados en diferentes regulaciones de derechos de los pacientes». Las situaciones excepcionales que estamos viviendo no justifican por si sola las privaciones de este derecho de acompañamiento reconocido y del que es necesario conservar «un contenido mínimo esencial». Pues bien, los miembros del comité consideran que, en estos momentos, ese mínimo «no se está respetando»
«Si es importante la toma periódica de las constantes de un paciente adoptando las máximas medidas de protección por parte de los profesionales, no hay duda de que procurar el oportuno acompañamiento de un ser querido en el momento de la muerte, así como el apoyo espiritual o religioso cuando lo soliciten, es un esfuerzo a todas luces justificado y un acto superior de humanización», dice el texto.
El daño de no observar esa mínima humanización en el trato al que está a punto de morir tiene consecuencias para su entorno familiar. Así lo deja entrever el último párrafo de la declaración cuando se refiere a los «duelos patológicos y al agravamiento de las situaciones de vulnerabilidad».
En la elaboración de informe ha tenido un papel protagonista Rogelio Altisent, vicepresidente del comité y médico de cuidados paliativos. Su especial sensibilidad para este tema, debido a sus años acumulados atendiendo a enfermos terminales, es fácil de reconocer en la parte final de la declaración, que dice: «Urge afrontar el desafío que supone la asistencia en situaciones especiales (…) la atención a la agonía de los pacientes en los momentos finales de su vida con la mayor calidad asistencial y humana que sea posible, de acuerdo con la filosofía de los cuidados paliativos, que incluyen criterios de atención psicoemocional, espiritual, religioso y de acompañamiento familiar, pues todos ellos contribuirán a evitar duelos patológicos y al agravamiento de las situaciones de vulnerabilidad».
Hay comunidades autónomas, hospitales y residencias que se han apartado de la recomendación general y han facilitado los medios para que los familiares puedan despedirse de sus seres queridos «sin poner el riesgo ni a los acompañantes ni al equipo sanitario». La soledad en la muerte que se ha impuesto como un «imperativo» para prevenir la transmisión de este virus está siendo cuestionada.
Hemos pasado ya ese «primer impacto organizativo» de respuesta a la pandemia, como señalan desde el comité, y ahora no es necesario reflexionar. ¿Por qué? «Para no caer en la mera asunción de patrones de conducta que se desentienden de deberes tan esenciales en el ámbito asistencial como los de beneficencia y no maleficencia», dicen.
Los médicos ya advirtieron
A la espera de ver cómo es recogida esta recomendación y advertencia del órgano asesor del Gobierno en Bioética, cabe recordar que ya la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (Secpal) y la Asociación Española de Enfermería de Cuidados Paliativos (Aecpal), a principios de abril, lanzaron un comunicado advirtiendo de las muertes de pacientes en soledad. «Nos preocupa que el centro de la atención sea el virus, y no el enfermo infectado. Que en los protocolos de atención que inundan las redes se olviden aspectos como la comunicación, la soledad, la despedida, los rituales…», decían.
Entonces, reconocían «la grave situación de emergencia sanitaria» que vive el país, pero recordaban que «los cuidados paliativos son un derecho de las personas, también en épocas como esta». «No deberíamos permitir que ninguna persona muriera sola. Ni con sus síntomas mal controlados», concluían entonces.
En este mismo sentido el catedrático de Filosofía del Derecho y experto en Bioética, José Antonio Seoane, dejaba una reflexión en este periódico: «Si no se trata solo de curar, sino también de cuidar y atender las situaciones de vulnerabilidad, flexibilicemos los criterios de visitas de los pacientes para facilitar el acompañamiento y evitar una despedida en soledad: la vida no es el único valor a proteger».
Publicación original en El Mundo