Os traemos dos nuevos relatos de nuestro I Concurso de Microrrelatos. Estos microrrelatos contribuyen a sensibilizar a la población sobre la labor que se realiza en cuidados paliativos, así como dar visibilidad al desarrollo de los cuidados paliativos en Andalucía, y promover en todos los sectores de la sociedad una reflexión sobre las necesidades de las y los pacientes con cualquier enfermedad susceptible de recibir Cuidados Paliativos.
Hoy os presentamos «Aliviar es infinito» de José Luis López García de Mostoles (Madrid) y «Habitación 12» de José Miguel García Navarro de Alfoz de Lloredo (Cantabria).
José Luis López García
Al final del largo pasillo de dolor que conecta mi mente con mi cuerpo hay una puerta que conduce directamente al alivio y de esa puerta solo tiene las llaves Aurora, mi ángel paliativo. Cuando la puerta está entreabierta, la intuyo afanándose a mí alrededor, como si la vida no se fuese a acabar. Y entonces sonrío. Es de lo poco que no me ha robado la enfermedad, las ganas de sonreír, eso y mi sentido del humor. Aurora siempre dice que al final voy a matar al cáncer de risa, pero yo le respondo que por las punzadas que recibo a cambio, no le gustan mis chistes. Hoy Aurora ha abierto la puerta de par en par y me ha sacado del pasillo para que el viejo sol reconforte mi ajada piel. Sé que tan solo es una tregua, pero cada tregua es una nueva derrota del verbo sufrir.
José Miguel García Navarro
Fichó a su hora en punto, abrió la taquilla y se vistió su bata blanca. Mientras se aproximaba a la sección de control del hospital, un sudor frío le iba atravesando. En realidad, ya había salido intranquila de casa, pensando en aquella habitación. La número doce.
Repasó los informes que había dejado la enfermera del turno anterior. Sintió una punzada en el estómago. La paciente continuaba ingresada: cáncer terminal y demencia. Pobre mujer, pensó. Pobre mujer, se repitió, sin poder evitarlo.
Entró a la habitación y realizó los cuidados con suma profesionalidad. Pero no estaba preparada para lo otro. A eso otro no le habían enseñado. O, si lo habían hecho, no sabía ponerlo en práctica.
La mujer observa desde la cama.
Cansada. Asustada.
Un cuerpo consumido. Un rostro inmóvil. Los ojos pletóricos de tristeza.
Y un frágil hilo de voz que siempre repite: ¿me voy a morir?